Es 2025. El mundo continúa girando al ritmo de algoritmos caprichosos. De repente, en tu feed de Bandcamp surge un álbum que suena como si un aparato de hilo musical de los 80 hubiera decidido programar samples de lounge music saturados de reverb.
Por Amplificador Lovemonk
No es un error de código: es el retorno del vaporwave, el género musical que nació como un trend irónico en los foros oscuros de internet. ¿Revival? Más bien el retorno pixelado de un estilo hipnótico, tanto en lo sonoro como en lo ideológico y lo estético.
Todo empezó en los albores de la década de 2010, cuando internet aún era un territorio sin ley donde los hipsters digitales experimentaban con sonidos que olían a nostalgia prefabricada. El nacimiento del vaporwave no fue accidental. Brotó desde lo más profundo de un laboratorio de ironía colectiva impulsado por productores como Daniel Lopatin, James Ferraro o Ramona Andra Langley, los genuinos pioneros del género.
Lopatin, bajo el alias Chuck Person, lanzó en 2010 Eccojams Vol. 1, un puñado de samples ralentizados de temas pop de los 80s y 90s, que sonaban como si alguien jugase con el pitch mientras ponía un cassette de éxitos clásicos. Inspirado por el videojuego Ecco the Dolphin, Lopatin fue el encargado de dar forma a una idea que flotaba en el aire. Generó un artefacto musical que se asemejaba a un anuncio de champú de los 80s con la velocidad reducida al 70% en un viejo altavoz de ascensor.
Al año siguiente del lanzamiento de Eccojams y tras el rastro de Lopatin, James Ferraro se sumó a la aventura del vaporwave con una serie de archivos MIDI que imitaban instrumentos bajo el título de Far Side Virtual. El álbum se concibió como una banda sonora de la vida moderna construida con politonos. Lo más interesante es que incorporaba, por primera vez, compromiso y crítica hacia la cultura de consumo desechable. Una forma de vida que se veía directamente reflejada en videojuegos como los Sims o en el mundo virtual Second Life.
En 2011 le llegó el turno a Ramona Andra Langley, más conocida como Vektroid o Macinstosh Plus. Su disco ‘Floral Shoppe’ se convirtió en la biblia del vaporwave. Todos los títulos de las canciones fueron escritos en japonés pese a que tanto la artista como los samples originales y el público objetivo eran occidentales. El disco entero es una crítica incisiva a la tendencia de los EE.UU. a globalizarlo todo, convirtiendo el resto del mundo en un producto exótico, listo para ser consumido. ¿Y su sonido? Extractos de canciones de Diana Ross y Sade manipulados hasta sonar como un sueño febril en un hipermercado japonés.
La portada del álbum replicaba la estética PC de principios de los 90 saturada de rosa neón y rematada por un busto helenístico. Este conjunto visual sentaría las bases de la estética del género de cara al futuro, aunque la corriente aún carecía todavía de un nombre que la cohesionara.
La mayor parte de los creadores del vaporwave decidieron permanecer en el anonimato, básicamente para eludir posibles litigios por emplear fragmentos de canciones sin permiso. En cualquier caso, también subyacía un interés por centrar la atención del oyente más en la música y en el mensaje anti consumista que en los artistas. El uso del idioma japonés para ensombrecer aún más las canciones se convirtió en tendencia.
Como todo dentro de este género, hasta su propia denominación está tocada por la ironía. Robin Burnett, un productor musical, se inventó haber acuñado el término para descolocar a un periodista durante una entrevista. Burnett, también conocido como Internet Club, declaró haber definido el género como una "ola de vapor" que envolvía a un colectivo de músicos. Artistas que lanzaban tracks como si fueran terapias de desintoxicación capitalista. La verdad resulta mucho más prosaica. Fue una etiqueta que acabó imponiéndose a otras dentro de la comunidad digital. Vaporwave triunfó allá donde los términos ‘computer gaze’, ‘limousine music’ o ‘doswave’ naufragaron.
El nombre alude, mordazmente, al ‘vaporware’: el software/hardware que se anuncia pero que, por una u otra razón, nunca llega al mercado. Una promesa digital incumplida. Una metáfora de la publicidad y la decepción digital. El género toma las reivindicaciones del capitalismo en su forma más desenfrenada y las vuelve irónicas y distorsionadas, editadas tácticamente para exponerlas como lo que son: vapor. James Ferraro, en Far Side Virtual, lo expresaba lamentando que la música corporativa nos vende sueños de prosperidad eterna que jamás llegarán.
Otra joya primigenia del género es el álbum ‘Redefining the Workplace’, del ya mencionado Robin Burnett, aka Internet Club. Bajo la apariencia de una insulsa colección de temas ambientales para espacios de trabajo, Burnett oculta una declaración de principios. Partimos de lo convencional para avanzar, inexorablemente hacia la degradación musical. El disco contiene una clara sátira del lenguaje corporativo, ataca los diseños que priman la apariencia por encima de lo funcional y nos anuncia un futuro artificial y roto.
Los artistas de vaporwave se divertían sampleando jingles de TV y tonos cíclicos de espera telefónicos, burlándose de cómo el consumismo de los 80s-90s era tan absurdamente perfecto que dolía. No era solo música: era una declaración de principios. "El capitalismo global está casi aquí", decían en los manifiestos que podían leerse en los foros de 4chan. "Al final del mundo solo habrá anuncio líquido y deseo gaseoso".
El vaporwave se ramificó rápidamente en subgéneros: future funk (con toques de city pop japonés y funk setentero), mallsoft (sonidos imaginarios de centros comerciales abandonados), o hardvapour (más agresivo, con hardcore, techno e Intelliget Dance Music).
Para el año 2015, el vaporwave ya había explotado en Tumblr y Reddit, con portadas llenas de columnas dóricas en colores pastel, logos de marcas reescritos en Comic Sans y glitches que parecían errores de Windows 98. Llegó un momento en el que el vaporwave trascendió lo musical, e incluso lo ideológico, para convertirse en un vibe visual que nos transporta a un Japón de los 80s, justo antes del estallido de la burbuja .com, Y nos abandona allí, dentro de un bucle temporal infinito.
El impacto cultural del movimiento lleva años siendo un terremoto sutil. En 2016, la imagen de Donald Trump apareció en un extraño anuncio japonés de estilo vaporwave y, en 2020, los fans del empresario Andrew Yang, candidato a las presidenciales aquel año, crearon gorras rosadas con estética vaporwave para criticar el sistema electoral.
También ha influido en la moda y propiciado trends. Supreme empleó prints glitcheados en 2017 y existen diversas marcas, como Anti Social Social Club, Palace Skateboards, Dream Catalogue o A Bathing Ape, cuyos diseños muestran influencias evidentes de la estética vaporwave. En TikTok, los reels de inspiración vapor acumulan enormes cantidades de views.
En 2019, el músico George Clanton organizó el primer festival Vaporwave: 100% ElectroniCON, con la participación de artistas como 18 Carat Affair, Telepath, Nxxxxxs, death’s dynamic shroud o Vaperror. El evento se mantuvo en activo hasta 2023 y en los foros de la comunidad vaporwave se reclama su regreso de forma constante.
El vaporwave no solo sobrevive, sino que muta y se adapta, replicando diferentes formas con un denominador común: lo retro. Los lanzamientos de 2025 son un festín, desde Yung Bae y sus atmósferas funky, hasta Timecop1983, pasando por Emil Rottmayer, Ollie Wride, Windows 96 o la consolidación de la corriente Frutiger Aero, cuyas atmósferas nos hacen sentir como si navegásemos con Internet Explorer sobre una nube de algodón de azúcar.
En una época en la que el mainstream parece dominarlo todo, la escena vaporwave sigue ahí para recordarnos que la utopía prometida era solo un corta-pega manipulado. Con sus glitches y sus sueños ralentizados, nos invita a bailar en el borde del abismo mientras ironizamos y nos replanteamos el futuro. Y tú, ¿estás listo para samplear tu nostalgia?
IMÁGENES | UNSPLASH
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