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¿Sabes cuánto dura la canción más larga y la más corta de la historia?

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La trascendencia de una composición musical que aspira a sonar durante mil años vs la furia de una explosión sónica de poco más de un segundo. Ambas, cada una en su categoría, son excepcionales. Esta es la historia de 'Longplayer' y 'You Suffer', dos piezas sonoras únicas que nos invitan a reflexionar y a replantearnos el significado del tiempo.

Por Cervezas Alhambra

La música está inexorablemente ligada al tiempo. Cuenta con un ritmo interno y tiene una duración. ¿Pero qué pasa cuando un artista decide dinamitar esa limitación? ¿Qué ocurre si compone una canción para 30 generaciones? ¿O si crea una que desafía la propia capacidad del oído humano para procesarla? Bienvenidos a las fronteras de la paciencia y la brevedad.

La primera de nuestras dos escenas tiene lugar durante la Nochevieja de 1999. Mientras el mundo contiene la respiración ante el ‘efecto 2000’ temiendo una posible catástrofe digital, en un faro del Trinity Buoy Wharf, en Londres, un hombre llamado Jem Finer pulsa ‘play’. En ese instante, a las 00:00:00 del 1 de enero de 2000, comienza a sonar una pieza musical. Su nombre: 'Longplayer'. Fecha de finalización prevista: 31 de diciembre de 2999. No, no es una errata.

Vista de Londres desde el río Támesis.

Jem Finer, conocido hasta entonces por ser el banjoísta (exacto, es el nombre que reciben los músicos que tocan el banjo) de la mítica banda The Pogues, tuvo esta epifanía en el lugar menos glamuroso posible: el autobús de una gira. Aburrido del ciclo consistente en componer, grabar y tocar canciones de tres minutos, empezó a obsesionarse con la idea del tiempo a una escala geológica, casi cósmica. Quería crear una obra que sobreviviera a su creador, a su tecnología y, probablemente, a la propia civilización que la vio nacer.

'Longplayer' no es una melodía de mil años repetida en bucle. Es una composición generativa. La base es una pieza de 20 minutos y 20 segundos grabada con cuencos tibetanos, un instrumento elegido por su robustez, su capacidad para mantenerse afinado y su sonido atemporal. Esta pieza "fuente" se descompone en 6 secciones que se procesan a través de un algoritmo informático.

El algoritmo es simple, pero arroja un resultado complejo: combina y superpone estas secciones a diferentes velocidades, de manera que ninguna combinación se repetirá hasta que hayan pasado exactamente 1.000 años. Es como un sistema planetario musical, donde las órbitas de los sonidos vuelven a alinearse en su punto de partida, única y exclusivamente, una vez cada milenio.

Hoy, un cuarto de siglo más tarde, 'Longplayer' sigue sonando. Su hogar principal sigue siendo aquel faro londinense, pero hay puestos de escucha repartidos por todo el mundo y puede disfrutarse en streaming a través de internet. Oírla es una experiencia casi mística. Se trata de una melodía tranquila, resonante, que parece no ir a ninguna parte y, sin embargo, está en constante evolución. Es el sonido del tiempo mismo, lento e inexorable.

Cuenco tibetano.

El proyecto es una declaración de intenciones contra la cultura de la inmediatez. Nos obliga a pensar a largo plazo, a considerar nuestro legado. ¿Quién se encargará de que 'Longplayer' siga sonando en el año 2300? ¿Existirán los ordenadores? ¿Seguiremos utilizando la electricidad tal y como lo hacemos ahora? La pieza está diseñada incluso para poder ser interpretada por humanos con una partitura gráfica, como una póliza de seguro contra un hipotético colapso tecnológico. Es, en esencia, una de las obras de arte más optimistas y a la vez inquietante jamás creadas.

Viajemos ahora al extremo opuesto del universo temporal. Nos encontramos en Birmingham y es 1986. En un local de ensayo húmedo y oscuro, una banda de adolescentes furiosos llamados Napalm Death está a punto de hacer historia. O, más bien, anti-historia.

En medio de una sesión de grabación para su álbum debut, ‘Scum’, el guitarrista Justin Broadrick y el vocalista Nicholas Bullen tienen una idea. Inspirados por la contundencia y brevedad del tema ‘E’ de la banda Wehrmacht, deciden crear la pieza definitiva de ‘anti-música’. El resultado se llama 'You Suffer'.

El Libro Guinness de los Récords certifica 'You Suffer' como la canción más corta jamás grabada. Su duración oficial es de 1,316 segundos. Es un estallido de ruido blanco, un acorde de guitarra distorsionado y un grito ininteligible. Fin.

Hombre gritando.

La letra, aunque imposible de descifrar sin leerla, es una joya de la filosofía existencialista de bolsillo: "You suffer, but why?" ("Sufres, ¿pero por qué?"). Cuatro palabras que, lanzadas en poco más de un segundo, resumen la angustia de toda una generación.

Según sus creadores, la canción fue "en gran parte una broma". La tocaban en sus conciertos una y otra vez, en alguna ocasión hasta 30 veces seguidas, para desconcierto de los recién llegados y regocijo de sus fieles. Era una parodia de la búsqueda de la velocidad y la brutalidad que definía la emergente escena del grindcore. Sin embargo, la broma se acabó convirtiendo en un manifiesto.

'You Suffer' es la quintaesencia del minimalismo extremo. Es la constatación de que una canción no necesita estrofas, estribillos ni solos de guitarra para impactar. Es un punto final, un agujero negro musical del que no escapa nada superfluo. En 1989, la discográfica Earache Records llevó la ocurrencia aún más lejos al lanzar un single de 7 pulgadas que contenía únicamente 'You Suffer' en una cara. En la otra, aparecía ‘Mega-Armageddon Death Part 3’ de la banda Electro Hippies, un segundo tema de duración igualmente mínima.

‘You Suffer’ tiene incluso un videoclip oficial, lanzado en 2007 para conmemorar el 20 aniversario del álbum. Dura lo que dura la canción y muestra a una niña saltando. Y ya está.

Reloj de bolsillo sobre la arena.

'Longplayer' y 'You Suffer' son las dos caras de la misma moneda. Son experimentos que juegan con nuestra percepción del tiempo y el significado del arte. Una es una meditación de mil años sobre la permanencia y el legado; la otra, un grito de un segundo sobre el absurdo de la existencia. Una invita a sentarse y contemplar el universo. La otra golpea y huye antes de que te nos demos cuenta. Ambas nos recuerdan que la música puede ser casi cualquier cosa: una eternidad o un instante.

IMÁGENES | UNSPLASH

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