Cuentan que el oído de los andaluces, aclimatado a los ritmos sincopados de ciertos palos flamencos como la seguiriya, los tangos o los tientos, recibió la impactante oleada del breakbeat noventero como algo casi familiar.
Por Amplificador Lovemonk
Como si un viejo conocido regresara a casa enfundado en ropajes nuevos. Los patrones intrincados, rotos y salpicados de breaks de batería, se le antojaban tan cálidos como el sol de mediodía en una playa. Bajos potentes, beats saltarines e imprevisibles y una energía capaz imposible de ignorar, de esa que te arrastra a la pista de baile. El breakbeat andaluz mantiene el legado heredado del siglo pasado y su presencia en festivales, clubes y raves es cada vez mayor.
Desde los 90, Andalucía ha mantenido un diálogo íntimo con el breakbeat. Lo adaptó, lo domesticó y construyó una comunidad a su alrededor. Mientras en el resto del mundo la electrónica se movía hacia otros territorios, como el minimal, el techno o el house tropical, en el sur, sin embargo, el ritmo se mantuvo quebrado, inquieto y rebelde. El breakbeat andaluz se convirtió en una seña de identidad: una mezcla entre la nostalgia del sonido old school y la experimentación del nu break más contemporáneo.
La historia del breakbeat andaluz se escribe en noches infinitas, cabinas míticas y sonidos que viajaban de coche en coche, de sala en sala, de festival en festival. En los años 90, figuras como el sevillano DJ Karpin o los malagueños Tortu y Jose Rodríguez comenzaron a forjar un estilo propio. A diferencia del breakbeat británico, más influido por el hip hop y el funk, el sonido sureño se inclinó hacia los guiños progressive, las atmósferas melódicas y una producción muy trabajada. Quizá menos callejero, pero más hipnótico. Menos frontal, más profundo.
Con el tiempo, la pasión por los ritmos rotos se mantuvo viva gracias a una comunidad fiel que nunca dejó de reunirse para escuchar, compartir y bailar. Esa fidelidad es, en parte, lo que ha permitido que el género haya recuperado su fuerza en los últimos años.
El documental ‘Break Nation: La electrónica que bailó Andalucía’ (2023), dirigido por David Pareja, ha contribuido a poner en palabras lo que muchos sentían desde hace décadas: que el breakbeat forma parte del ADN musical sureño. Desde la explosión del rock andaluz en los setenta, ninguna otra tendencia musical había calado tan hondo en Andalucía como el breakbeat. El audiovisual recorre la década que va desde 1992 hasta 2002, persiguiendo la consolidación de la cultura dance en el sur de Europa. Un fenómeno que coincidió con el boom urbanístico y el desembarco masivo del turismo británico en la Costa Del Sol.
Durante aquellos años, el breakbeat echó raíces en Andalucía y creció de forma insospechada. Salas emblemáticas, como el Pink de Fuengirola, se convirtieron en auténticos templos del movimiento. En el club Banana Beach de Marbella, la promotora Satisfaxion organizó una fiesta en la que actuó The Prodigy y tuvo que aparecer el alcalde de la localidad en persona, Jesús Gil, para echar a la gente del local. Eran las seis de la tarde del día siguiente al inicio del evento.
Nadie comprendía cómo un movimiento totalmente underground en UK y USA cobraba dimensiones de fenómeno de masas en el sur de España. Se asentó. En una época aún libre de la tiranía de los teléfonos móviles, surgió una ruta de fiestas de forma espontánea que recorría diferentes localidades. Las raves proliferaban (la localidad granadina de Loja se convirtió en un referente). Los DJs locales tenían más tirón que los artistas internacionales y se creó un sentimiento de tribu insospechado. Como dicen quienes lo vivieron desde dentro, “había que estar aquí para entenderlo”.
El éxito masivo, el descontrol y algunos eventos masificados (con resultados catastróficos) parecieron dinamitar la escena. Hubo un paréntesis en el que nadie parecía recordar nada de lo que había ocurrido hasta el principio de los dosmiles, pero llegó la pandemia y se comprobó que el movimiento aún latía oculto. El lanzamiento del audiovisual de David Pareja volvió a poner el foco sobre el breakbeat andaluz para revelar que la escena siempre se mantuvo, que ha seguido creciendo de forma silenciosa y que actualmente ha conectado con una nueva generación de fieles.
Los nuevos DJs del género mezclan herencia y futuro. El cordobés Niño Breaks es uno de los representantes del renacimiento del breakbeat andaluz. Y también llegan pisando fuerte Mutant Breakz, de Cádiz, fusionando breaks con influencias globales. Norbak, desde Chiclana, quien incorpora a sus sesiones sonidos funk, soul, disco y bases de future funk. Daniel Parrilla, más conocido como Bad Legs, es otro de los DJs y productores destacados de esta nueva ola por su versatilidad y estilo enérgico. MBreaks, Mejor DJ Revelación 2017 en los International Breaks Awards, que experimenta con UK garage, bassline y drum&bass. O Seekflow y Tiburón, desde la provincia de Córdoba, que sazonan sus mezclas con elementos culturales tradicionales. Los pioneros, Karpin, Tortu o Jose Rodríguez, continúan siendo referentes en activo, maestros de una escuela que no deja de inspirar.
Más que un estilo musical, el breakbeat andaluz se nos muestra como una actitud. Un movimiento anárquico y sorprendente. Una forma de entender la música y el baile como lugar de encuentro, de identidad, de celebración colectiva.
En una época de gustos clónicos estandarizados por el algoritmo, el breakbeat sureño sigue ofreciéndonos algo genuino: emoción rítmica y libertad. Su lenguaje, nacido del mestizaje y la curiosidad, sigue resonando con fuerza. En clubes, festivales y lugares donde la música se siente antes de pensarse, el sur mantiene firme su propio pulso, distanciándose de lo mainstream.
Porque si algo ha demostrado esta escena es que los 90 no han vuelto: simplemente nunca se fueron. Y en cada drop, en cada compás quebrado, late una certeza: Andalucía baila a su propio ritmo.
IMÁGENES | UNSPLASH
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