‘Welcome to fabulous Las Vegas’, la ciudad del juego, la tentación y los grandes shows musicales. Su esencia descansa sobre este tridente indivisible y su imaginario está íntimamente ligado a los casinos, el magnetismo del Strip -su arteria principal- al caer el sol y las monumentales salas de conciertos.
Por Raúl RearMachine
Pero antes, mucho antes de que Celine Dion se erigiera como reina absoluta de los espectáculos musicales de la ciudad, dos grandes nombres contribuyeron a forjar la leyenda de esta mágica urbe construida en pleno desierto de Mojave: Frank Sinatra y Elvis Presley. El primero lideró, durante los años 60, un grupo de artistas que derrochaban talento, canalleo, estilo, crooning, swing, doo wop y sonido de big bands. El segundo fue el Rey del Rock y estableció su corte en la ciudad durante el tramo final de su regencia.
Los ‘residency shows’ son espectáculos que, en lugar de girar y viajar por diferentes ciudades, se ofrecen siempre en un mismo recinto. Históricamente hablando, el primero de ellos tuvo lugar en 1987 cuando la artista Lepa Brena dio una serie de conciertos en el Dom Sindikata de Belgrado. Posteriormente, el formato se replicaría en diversos puntos del planeta, pero donde ha arraigado con mayor éxito ha sido precisamente en Las Vegas. La mencionada Celine Dion ocupa el primer puesto en el listado de artistas residentes en la ciudad con sus shows ‘A New Day…’ (2003-2007) y ‘Celine’ (2011-2019), merced a los cuales recaudó 630 millones de dólares. Sir Elton John, con los espectáculos ‘The Red Piano’ (2004-2009) y ‘The million dollar piano’ (2011-2018), obtuvo 300 millones. Tras él, por orden de ingresos, el ranking se completa con Britney Spears y su ‘Britney: Piece of Me’ (2013-2017), 137 millones ; Jennifer Lopez con ‘Jennifer: All I Have’ (2016-2018), 101.9 millones; Cher, con ‘Cher at The Colosseum’ (2008-2011), 97.4 millones; Bette Midler con ‘The Showgirl must Go On’ (2008-2010), 71.8 millones, y Rod Stewart con ‘The Hits’ (2011-2018), 57.4 millones.
Sin embargo, nada de esto habría sido posible si alguien no hubiera establecido previamente las reglas de juego. Cuando en 1941 comenzaron a construirse los grandes hoteles, sus dueños tuvieron claro que los espectáculos representaban un anzuelo de primer orden para atraer a los clientes a sus establecimientos. Una vez allí, era cuestión de tiempo que acabaran entrando a los casinos y que se alojaran en sus dependencias. A finales de los 50, el cantante de country y jazz vocal Wayne Newton era la figura más rutilante de los salones de la ciudad, posición que compartió durante años con el excéntrico pianista Liberace. La ciudad aún conservaba cierto halo de ingenuidad en el apartado musical, pero aquello duraría poco.
A finales de aquella misma década, la actriz Lauren Bacall, esposa de Humphrey Bogart, se topó con el grupo formado por Tony Curtis, Debbie Reynolds, Errol Flynn, Frank Sinatra y su propio marido, y les espetó un sonoro ‘you look like a goddamn rat pack’ (‘parecéis una pandilla de ratas’). La ocurrencia, alusiva a la inclinación del clan por las fiestas y la vida disoluta, daría nombre a una de las escenas artísticas más interesantes de todos los tiempos: el rat pack. Aseguraban que Hollywood apestaba, odiaban a los jefes, les gustaba divertirse por encima de todo y amaban la música. Cuando Bogart falleció, Sinatra heredó el liderazgo, reclutó nuevos miembros e hizo que las canciones sonaran mucho más alto.
El segundo rat pack lucía caras nuevas pero seguía manteniendo el espíritu original. Su núcleo duro estaba integrado por Sinatra, Dean Martin, Peter Lawford, Sammy Davis Jr y Joey Bishop. El equipo se conformó en 1960, con motivo del rodaje del filme ‘Ocean’s Eleven’. Frank y Dean cantaban y derrochaban estilo; Sammy, además, tocaba el piano, la trompeta y bailaba como si tuviera alas en los pies; Bishop aportaba el carisma y los chistes y Lawford… Estaba casado con una Kennedy, lo cual siempre era de gran ayuda.
Con semejante talento, descaro y elegancia, este flamante grupo estaba llamado a triunfar. Parecía como si nunca durmieran. Grababan películas por el día y por la noche se juntaban para actuar en el Sands. Los carteles anunciadores de sus sets daban cuenta del carácter del combo: “Dean Martin – Maybe Frank – Maybe Sammy”. Al público le daba igual y agotaba las entradas porque sabían que, tarde o temprano, todos acabarían sobre el escenario ofreciendo un show inolvidable. No actuaban como si fueran amigos, eran amigos y su autenticidad era la clave de aquel éxito que sonaba a versiones de clásicos populares italianos, música de grandes orquestas, canciones románticas y toneladas de diversión.
Sorprendentemente, el desembarco de los Kennedy en el poder fue lo que acabó hiriendo de muerte al rat pack. Bob inició una cruzada contra la mafia y sus líderes, los mismos que habían recaudado cientos de miles de dólares para ayudarlo en su campaña, y Sinatra acabó pagando su frustración con el representante ‘oficial’ de los Kennedy en su pandilla: Peter Lawford. A las tensiones internas hubo que sumar que los hoteles y casinos de Las Vegas cambiaron de dueños, con lo que el viejo Frankie decidió que aquel ya no era su sitio. Con el jefe en desbandada, el grupo se disolvió, sin más. Nunca hubo un show de despedida y cada cual siguió su propio camino.
Para fortuna de Las Vegas, Elvis Presley, el auténtico Rey del Rock, estaba a punto de vivir un renacimiento artístico en la ciudad. Previamente, en abril de 1956, el joven nacido en Tupelo, Mississippi, que por aquel entonces contaba con 21 años, había firmado un contrato para actuar en la Sala Venus del Hotel New Frontier junto al guitarra Scotty Moore, el bajista Bill Brack y el batería D.J. Fontana. El show fue un absoluto fracaso, el primero de su carrera. El público, en su mayor parte parejas de casados de mediana edad, escuchó ‘Blue Suede Shoes’ con indiferencia y aplaudió tibiamente. Esperaban country y recibieron rock and roll. Música demasiado rápida y con volumen excesivo para su gusto. “La gente simplemente no estaba preparada para Elvis”, declaró D.J. Fontana.
Pero en los albores de los años 70 las reglas habían cambiado. La audiencia estaba más que preparada y Elvis regresó a Las Vegas con una de las actuaciones más descomunales y prohibitivas que jamás vio la ciudad del juego. El repertorio del ‘comeback’ del siglo se apuntalaba sobre canciones como ‘Viva Las Vegas’ o ‘A Little les conversation’, verdaderos hits que conectaron de inmediato con el público. Acabó ofreciendo 636 funciones. Todas sold out.
En un momento crítico para el Rey, con The Beatles en pleno auge, la escena musical experimentando un vuelco como nunca antes había vivido y su carrera en la cuerda floja, Elvis supo reinventarse en Las Vegas. Estableció allí su residencia, dejó aparcada su carrera como actor tras firmar 24 películas y, por primera vez en su vida, le plantó cara a su representante, el Coronel Parker. Tenía sólo 34 años, pero ya era un veterano. Decidió cómo debía ser el show. Nada de bailarinas y neones, como exigía Parker. Una banda de seis músicos seleccionados personalmente por él, una gran orquesta, un grupo masculino de doo wop y otro femenino de soul comandado por Cissy Houston, la madre de Whitney. Bill Belew, su diseñador personal, le confeccionó un vestuario completo de trajes a medida inspirados en su obsesión por el karate. Todo funcionó como un mecanismo de precisión… Al menos durante un tiempo.
La degradación mental y física del Rey aceleró el declive. Entre el regreso triunfal y el ocaso del mito transcurrieron únicamente ocho años. Su decadencia, fruto de una vida desordenada, condujo a las performances bizarras de sus últimos años. Como reza la máxima, Elvis acabó abandonando el edificio, pero su espíritu continuó residiendo en la ciudad gracias a una legión de imitadores capaces de ofrecer un concierto-tributo u oficiar una boda. La música jamás ha dejado de sonar en los grandes auditorios de Las Vegas y, al margen de los artistas ‘residentes’, estrellas de la talla de Mariah Carey, Bruno Mars, Luis Miguel o Enrique Iglesias programan siempre una parada en la ciudad dentro de sus giras mundiales. La ciudad de las segundas oportunidades siempre ha sabido reinventarse y hoy sigue latiendo al ritmo de los shows musicales más impactantes del planeta.
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