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Las luces y sombras del amor Yakisoba: rápido, saciante y tan olvidable como delicioso Las luces y sombras del amor Yakisoba: rápido, saciante y tan olvidable como delicioso

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Las luces y sombras del amor Yakisoba: rápido, saciante y tan olvidable como delicioso


En tiempos de Tinder, el Glovo de la entrepierna y de las emociones caducas, podría parecer que carece de sentido pretender que el amor sea de cocción lenta. O quizás el temporizador se me ha roto, no lo tengo del todo claro: se me ha pasado el plazo de garantía.


Romantizamos la naturaleza orfebre de los sentimientos que se moldean, agrandan y expanden con el paso del tiempo gracias al reposo y al calor de las manos y de los susurros, pero me pregunto si muchos de los romances actuales son elaborados caldos caseros y no son meras sopas miso de sobre. 


Confieso que solía desconfiar de esas parejas que se consolidan con fórmulas instantáneas, casi al microondas, pero ahora las envidio. Las aplaudo. Las abrazo. Las olfateo. Las pruebo y las escupo después para quedarme con su regusto. Ahora amo esas bodas exprés cuyas alianzas sólo amarran arrepentimientos venideros, esas parejas que se dicen te quiero al tercer beso y quienes se intercambian las llaves de sus casas al primer orgasmo. Son genios de la gestión del tiempo y saben que aunque pisar el acelerador multiplica el riesgo de sufrir un accidente, también te puede hacer llegar antes a cualquier lado, y si hay algo más preciado y precioso que el amor, es el tiempo. 


El amor Yakisoba es rápido, funcional y saciante, y eso es lo maravilloso de esos recipientes carentes de pretensiones y repletos de hidratos sin ínfulas foodies: están destinados a ser devorados durante resacas construidas con lagunas y mareos o en lagunas de pereza. Nos encanta el guiso lento que ha requerido tiempo y atención, pero no olvidemos que ese mimo no evita que a veces, la posterior digestión sea lenta e incluso molesta. Te puede sentar igual de mal el glutamato monosódico de las afecciones que el estofado emocional en clave 'chup, chup'. 

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El tiempo no importa tanto en esta cocina de sensaciones. Sin embargo, ¿cómo no abrazar lo gourmet, la esferificación amorosa y el maridaje en el que cada sentimiento sea un brindis no exento
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Quiero enamorarme rápido, pero sentir despacio. Deseo conocer a alguien como si fuera uno de esos platos en los que a cada mordisco, se desatan cien sabores. Disfrutar del baile gustativo entre lo salado y lo dulce, espolvoreado de algún condimento ácido y por qué no, incluso amargo. Quiero conocer a quien me deje sin palabras y sin suspiros, a quien funcione como un Diazepam que me evada de todo.


Me he hartado de esas conversaciones en las que hay más estrategia y cautela que pasión: ¿por qué hay que hacer de cada charla un Risk? ¿Por qué negar que quieres Quedar Con Quien Quieres Quedar a Ese Con Quien Quieres Quedar en un ridículo pulso con el Chronos sentimental? 


Nos encanta el fast-food, el fast-sex y el fast-lo-que-sea porque al parecer, todo ha de ser lo suficientemente exprés como para generar prestos emociones y placeres, pero no tanto como para rompernos en exceso el corazón. Porque en el marco de la inmediatez, ¿cómo vamos a sanarlo? No somos ni cardiólogos, ni cirujanos: tan solo anestesistas de las emociones. Huimos de las cicatrices y confiamos en las tiritas. Somos expertos en primeros auxilios de Betadine y agua oxigenada y hacemos torniquetes afectivos que aunque frenan la hemorragia, no sirven ya para salvar una parte que fue nuestra. 

¿Quién no ha sufrido por no saber cuándo verbalizar la duda más dolorosa (y ridícula) del mundo, la del “¿qué somos?”? ¿No sería todo más fácil si pudiéramos hablar de lo que sentimos cuando lo sentimos, no cuando lo hemos dejado en barbecho? Además, ¿quién no ha sentido alguna vez más en un par de semanas que en años de relación? 


Los efectos del exceso de velocidad sentimental quedan patentes en el ghosting. La combustión espontánea de la irresponsabilidad afectiva tiene nombre de fantasma, pero corazón de Grinch, pues se caracteriza por contar con tres tallas menos que la de los demás. Hemos hecho del amor un chicle: en cuanto lo mascamos un par de veces y el sabor se desvanece, buscamos otro. Debajo de la mesa subyace esa colección de chicles abandonados de sabor a medio gas que dejamos pegados y olvidados. Somos mascadores cum laude de Dopamina.

Hay que llegar al orgasmo YA. Hay que gemir muy alto; cuanto antes, mejor. Hay que conocer los recovecos del otro antes que su apellido; hay que querer, gozar, odiar y olvidar antes de que Netflix nos pregunte si seguimos ahí. Porque lo cierto es que hace tiempo que no seguimos ni aquí, ni allá, porque ya no estamos. Por favor, que alguien me llame al timbre para que sepa(mos) si sigo aquí. 


Creo que vivo atrapada en una guerra contra las manecillas, contra las caricias de las manos y contra mí misma. Si el tiempo lo cura todo, le pido también, por favor, que haga que también ocurra todo. Que ocurran cosas. Que ocurran. Que me dejen disfrutarlas con calma y con reposo. Que la prisa no atropelle a los latidos. Que cada beso sea lento y que se alarguen las fechas de caducidad. 

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