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Creadores - Cultura

Seamos chobirristas

¿Exaltación desmesurada de lo nacional frente a lo extranjero? En este caso, y sin que sirva de precedente, sí. 

Mi bautismo con las bebidas para adultos tuvo lugar en la localidad francesa de Reims, capital mundial del champagne. Me comentaba un amigo que podría ser un buen arranque para un libro autobiográfico tipo Confieso que he bebido, ahora que se empiezan a reconocer las virtudes del buen beber o trago fino, que también existe. Ahí está un ensayo reciente como Borrachos, editado en la prestigiosa editorial Deusto, cuyo subtítulo me parece muy revelador: «Cómo bebimos, bailamos y tropezamos en nuestro camino hacia la civilización». 


Alcohol o barbarie también podría ser un título prometedor. O El buen beber. No lo consultaré en Google, porque seguro que existe. Seamos chobirristas, my friend seguro que no lo ha registrado ningún juntaletras avispado. ¿Y qué significa semejante palabro? Algunos recordareis aquella maravillosa serie que emitían los lunes en La2: Aquellos maravillosos años. Y aquella hermana mayor, «la hippie», que chocaba con su padre castrador. Sus discusiones solían resolverse con un binomio muy eficaz y sonoro: «¡Cómo puedes ser tan machista y chovinista!».


Lo de machista creía entenderlo, pero mi acervo púber aún no había registrado ese otro término, que la RAE define como «exaltación desmesurada de lo nacional frente a lo extranjero». Me temo que la hermana hippie de Kevin Arnold tampoco sabía bien qué decía al escupirle aquello al padre, aunque tenía contundencia, como todas las palabras largas en inglés, el idioma de las palabras de cuatro letras. Como beer

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La excepción cultural española llega también con esa apabullante cerveza. Siete letras como siete notas para componer una melodía que no se parece a otra.
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Birra, beer, bière, bier.  La excepción cultural española llega también con esa apabullante cerveza. Siete letras como siete notas para componer una melodía que no se parece a otra. Es ahí cuando cobra sentido la idea central de este artículo: el chovinismo hacia nuestra cerveza. El amor por el modo en que la consumimos, tiramos, servimos, acompañamos, disfrutamos, amamos, bebemos: es el chobirrismo, estúpido.


¿Exaltación desmesurada de lo nacional frente a lo extranjero? En este caso, y sin que sirva de precedente, sí.  


Pero volvamos a Francia, a Reims, a mi bautismo champanil perdido en la nebulosa de la memoria. Recuerdo una película (La piel suave) de Truffaut que transcurre, precisamente, en esa ciudad, y una escena en la que un tipo pide una cerveza en un bar, de noche, y se la sirven como mandan los cánones. Es 1964, la estética de Tintín y El pequeño Nicolás aún está presente, como se hacen presentes los anillos de espuma, o de crema, una vez el personaje la liquida en dos o tres tragos intensos. Era la Francia chovinista con razón, pues aún no había entrado en su decadencia cultural y gastronómica. 


Me enorgullezco de que mi primer acceso espirituoso fuera con Taittinger y no con calimocho tibio y dulzón de las ciudades del norte. Eso llegaría, ay, más tarde. Pero constato, con los años, algo que el lúcido Cioran repite en sus diarios, desde su buhardilla nublada parisina: que el paraíso está en España. 

El nacionalismo se cura viajando, dijo creo que Cela, y no estoy del todo de acuerdo. El día que la selección española ganó el Mundial con golazo de Olga Carmona, me encontraba al otro lado de los Pirineos, domingo de mercadillo de pulgas en el sudoeste francés. Imposible olvidar la victoria de aquel equipo, como tampoco la cerveza que nos sirvieron en una taberna del pueblo. Porque esa cerveza, mal tirada, sin espuma y mucho menos crema, sin los anillos de la peli citada, sin ningún alma, con todo prisas y en vaso alto y estrecho calientalúpulos, me pareció que retrataba no solo la decadencia de Francia sino la de Occidente todo. Es la tónica habitual en la mayoría de los bares, cafés y pubs de ese país del vino que ofrece menús a precios asequibles con botellas de Burdeos de tarifas ofensivas. Otro gol del capitalismo más ramplón, del mal vender, de la desidia, de la ignorancia cósmica. Otro ataque a una joie de vivre con los días contados.


Esto sucedía de modo parecido en mi ciudad natal, una localidad lluviosa cuya hostelería tardó décadas en descubrir los misterios de la bière pression y el arte con el tirador de cerveza. Tanto es así que me jacto de haber promovido la Plataforma por unas Cañas Bien Tiradas en Pamplona. Fue hace quince años y creo que surtió efecto.


Estas son las pequeñas grandes conquistas que me importan. Este es el chobirrismo que me motiva. La conservación del parque nacional de Doñana, pero también de esas islas de felicidad cotidiana en vías de extinción. No estamos solos. En lugar de esas insípidas «Kro» que se venden como anodinas rosquillas en el país de Nicolas Chauvin, aquí tenemos Alhambra, una cerveza que también debería ser considerada patrimonio de la humanidad. Con unas almendras tostadas y una cuña de mojama, a poder ser. 


Be chobirrist, my friend. 


Y feliz 2024. 

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