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El tritono del diablo, los acordes musicales del éxito El tritono del diablo, los acordes musicales del éxito

Música

El tritono del diablo, los acordes musicales del éxito

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Guido Aretinus, más conocido como Guido de Arezzo, fue un monje benedictino y un importante teórico musical nacido en Italia en el año 991. A él le debemos aportaciones tan cruciales como la reforma del sistema de notación musical, es decir, la fórmula que nos permite memorizar la entonación precisa de las notas.

Por

Bautizó a sus pequeñas criaturas sonoras con los nombres de ut, re, mi fa, sol y la, aprovechando las sílabas iniciales de cada línea del himno de San Juan ‘Ut Queant Laxis’. Siglos después, Anselmo de Flandes añadiría la nota sí, y, en el siglo XVII, Giovanni Battista Doni, musicólogo italiano, sustituiría el ut por do para facilitar su lectura en el solfeo. Lo que desconocía Guido de Arezzo era que una de las decisiones que tomó durante aquel proceso de reforma afectaría al futuro de la música y daría lugar a, entre otras cosas, el heavy metal.

El buen monje, siguiendo los dictados de la iglesia, ocultó al mundo la existencia de un acorde oscuro. Un conjunto de notas capaz de generar tal disonancia que perturbaba las mentes de quienes lo escuchaban. Se decía que su naturaleza siniestra incitaba los pensamientos impuros, por lo cual debía ser obra del maligno. Lo denominaron tritono diabolus o acorde del diablo y lo desterraron de su reforma para que nadie cayera bajo su influencia. Con el paso del tiempo, el tritono recaló en el blues y el jazz, pero donde se desarrolló con mayor aceptación fue, evidentemente, en el heavy metal.

Para entender el funcionamiento del polémico acorde no nos queda más remedio que incurrir en el terreno técnico y explicar que su nombre obedece al intervalo de tres tonos existente entre las dos notas que lo integran. Esta particularidad da lugar a un cierto desasosiego emocional en el oyente, hasta el punto de que la gente del medievo, al escucharlo, sentía que el diablo acechaba tras la música.

Durante el barroco, el tritono renació de sus cenizas, aunque de forma bastante limitada y frecuentemente asociado a la temática oscura, como en el caso de Richard Wagner y su Gotterdammerung. Años después se empleó con mayor libertad en el blues, para generar momentos de tensión, si bien el tritono en el jazz también cobró cierta relevancia. Pero no acabó de adquirir todo su potencial hasta que Tommy Iommi, guitarrista de Black Sabbath, se topó con él de casualidad. Cayó en su guitarra un buen día que se encontraba tocando blues con influencias de jazz y pensó que era buen material para su banda. “Nunca pensé que iba a hacer música demoniaca”, señaló en su momento al hablar de aquel siniestro acorde. En cualquier caso, el tritono de Black Sabbath pasó a ser una de las señas de identidad de la banda a partir de ese momento.


Al igual que el caso del tritono, con el paso del tiempo cada estilo musical ha ido seleccionando los sonidos más afines con su identidad y, en consecuencia, han ido surgiendo las progresiones de acordes más representativas de cada estilo, generalmente ejecutadas a la guitarra y al piano. En el caso del flamenco, el sello sonoro que le otorga su inconfundible personalidad es conocido como la cadencia andaluza. Cuatro acordes básicos ordenados en lectura descendente fruto de su origen: el tetracordo dórico griego. La, sol, fa, mi. Un patrón heredero de la denominada cadencia frigia, utilizada frecuentemente por los compositores renacentistas y barrocos, resultado de la fusión de las culturas árabe y occidental.

Al margen de la melodía que coloquemos sobre una determinada progresión, el orden de los acordes suele repetirse muy a menudo en la música popular actual. De ahí que exista un extenso repertorio de canciones que nos suenen tan familiares desde un principio pese a no haberlas escuchado nunca antes. Los músicos representan cada acorde con un número romano y, por ejemplo, la progresión característica de muchos clásicos del rock and roll, como ‘Johny B Goode’ de Chuck Berry o ‘La Bamba’ de Ritchie Valens es, sencillamente, I, IV, V.

En el blues, encontramos la misma secuencia en varios de sus temas primigenios, como el inolvidable ‘Malted Milk’, de Robert Johnson, versionado en su día por Eric Clapton. Una leve adaptación, doblando el primer acorde y pasando a I, I, IV, V, nos traslada hasta canciones como ‘I’m Your Hoochie Coochie’ Man, de Willie Dixon, ‘Oh, Pretty Woman’ de A.C. Williams, o ‘Close To You’, interpretada por primera vez por Muddy Waters. Incluso podemos hallar este mismo patrón en temas míticos del reggae, como ‘Three Little Birds’, de Bob Marley, o en iconos como 'Bad Moon Rising', de la Creedence Clearwater Revival.

La progresión más habitual en el pop de nuestros días es I, V, vi, IV. La encontramos en el estribillo de ‘Someone Like You’, de Adele, en ‘Let It Be’, de The Beatles, en ‘You Are Beautiful’, de James Blunt o en ‘When I Come Around’, de Green Day, por citar sólo algunas. ¿Y en el omnipresente reggaetón? Simple, su fórmula infalible consiste en repetir exactamente la misma secuencia, si bien es cierto que muchos temas de este género reducen la cadencia al mínimo y se ciñen al simple pero efectivo I, V. Todo un universo de sonidos, géneros, figuras artísticas y épocas, recogido en un pequeño pero selecto conjunto de acordes básicos.

Imágenes | Unsplash | Pexels

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