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Artistas únicos, instrumentos legendarios

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Los instrumentos, compañeros fieles de los músicos, cobran en ocasiones la importancia suficiente como para adquirir personalidad, voz e incluso nombre propio.

Por Iñigo Lauzurica Martínez

Al igual que la Tizona del Cid o la Excalibur del Rey Arturo, espadas de leyenda a las que se les atribuían habilidades excepcionales, la célebre guitarra Blackie de Eric Clapton, Lucille de BB King o la Red Especial que el propio Brian May construyó con la ayuda de su padre para tocar con Queen, han pasado a la historia por sus increíbles capacidades. Pero el olimpo de los instrumentos no sólo está poblado de trastes y mástiles de seis cuerdas. Existen lugares muy destacados para joyas como el bajo eléctrico Höfner de Paul McCartney, la trompeta de Louis Armstrong, el humilde violín de Ara Malikian, la batería capaz de viajar en el tiempo de Neil Peart o el icónico piano cubierto de cristales de Swarovski de Liberace.

Uno de los grandes instrumentos con nombre propio y enorme historia a sus espaldas fue la Blackie de Eric Clapton. Su relato se remonta a 1970, cuando Mano Lenta se encontraba en una tienda de instrumentos musicales llamada Sho-Bu en Nashville, Tennessee. En una esquina del local encontró seis viejas Fender Stratocaster de 1950 y las compró todas a precio de saldo, pagando entre 200 y 300 dólares por unidad. Cuando regresó al Reino Unido, regaló tres de ellas a sus amigos George Harrison, Steve Winwood y Pete Townshend, y se reservó las otras tres. Las probó cuidadosamente y conservó las mejores partes de cada una de ellas: el cuerpo negro de aliso con nitrocelulosa de una Stratocaster del 56, el mástil con forma de V de la del 57 y las pastillas de la última de ellas. Creó su propia guitarra y Blackie se presentó en sociedad el 13 de enero de 1973 en el Rainbow Concert. En 2004, ya muy desgastada por el uso, fue subastada por Christie’s, vendiéndose finalmente por 959.000 dólares. El dinero se dedicó a financiar el Crossroads Centre, organización para el tratamiento de adicciones.

El bajo eléctrico Höfner de Paul McCartney, a pesar de carecer de nombre propio, también cuenta una maravillosa historia. En julio de 1961, cuando unos adolescentes Beatles adquirían tablas tocando en clubes de mala muerte en Hamburgo, el bajista de la banda, Stuart Sutcliffe, abandonó el grupo. Por aquella época, Macca tocaba una guitarra barata de la marca Rossetti Lucky Seven, pero el instrumento había quedado casi destrozado durante una de las habituales peleas de la banda y el músico se había visto casi obligado a aporrear con escaso tino un viejo piano que había en el club Kaiserkeller. La marcha de Sutcliffe, sumado al hecho de que Paul no tuviera guitarra, le llevaron a ocupar la plaza de bajista. Durante unos días probó fortuna con el bajo prestado de Stuart, pero un buen día vio un extraño instrumento con forma de violín en el escaparate de una tienda de instrumentos del centro de Hamburgo y, de esta manera, el Höfner 500/1 pasó a la historia. Al ser zurdo, le gustó que el cuerpo fuera simétrico, porque no ofrecía un aspecto extraño cuando le daba la vuelta. Preguntó por el precio y abonó el equivalente a 30 libras. 

“Bastante barato incluso para aquella época”, recuerda Macca.



Resulta imposible pensar en Louis Armstrong sin imaginarlo con una trompeta en las manos. El mítico cantante y músico de jazz adquirió su primera trompeta en 1916, a la edad de 15 años, y él mismo recordaba que estaba terriblemente abollada y con agujeros en la campana. Aquel trozo destartalado de latón le permitió ganar sus primeras monedas y continuó adquiriendo trompetas, todas ellas de mala calidad. A finales de la década de los 20, Satchmo gozaba ya de tanta fama que pudo solicitar que le fabricaran trompetas siguiendo sus propias especificaciones, pero seguía sin encontrar su instrumento soñado. A finales de los 30, descubrió las creaciones de Henry Selmer París, una prestigiosa firma francesa que acababa de desarrollar la trompeta de acción equilibrada, y tuvo el privilegio de ser uno de los primeros músicos en probarla. A partir de ese momento, aquél modelo fue conocido como Trompeta Armstrong y Satchmo nunca se separó de él. De todas las que utilizó en su carrera, la más querida por el artista fue una Selmer 1modelo 19 Balanced Action de calibre medio, en la que podía leerse la inscripción “Duke Donin/ De Louis ‘Satchmo’ Armstrong/ 7/10/53”.

A Ara Malikian, además de por su inconfundible melena, se le reconoce por viajar acompañado de su inseparable violín. El músico libanés ha dado la vuelta al mundo ofreciendo recitales y comprobando cómo, cada vez que cruzaba una frontera, siempre le hacían la broma de si en la funda del instrumento ocultaba un arma. Aunque el éxito comercial le ha permitido adquirir violines de prestigio, Malikian ha acabado tocando siempre el mismo: un instrumento de poco valor que ha pertenecido durante generaciones a su familia y cuyo sonido le hace sentirse pleno. Su historia arrancó en 1915, cuando acabó en las manos de un joven que huía del genocidio armenio. Se aferró al violín y se hizo pasar por componente de una banda para escapar al horror. Como le había salvado la vida, quiso que su hijo aprendiera a tocarlo y, posteriormente, aquel hijo hizo lo propio con su propio hijo mientras se libraba otro conflicto armado, la guerra civil libanesa. Aquel niño, Ara Malikian, se convirtió en un virtuoso y a los 15 años fue admitido en un centro de estudios superiores de música en Hannover. El instrumento había vuelto a salvar otra vida. Como curiosidad, señalaremos que a su llegada a Europa, Malikian se inventó una historia acerca del violín. Dijo que era obra de un luthier llamado Alfredo Ravioli -el nombre más italiano que se le ocurrió en ese momento- y se llegó a creer tanto su propia fábula que hasta le dedicó una composición: ‘Con Mucha Nata’.



Neil Peart, el legendario batería de Rush, diseñó un kit de percusión a la altura de su historia. Una compleja y barroca estructura de forma hexagonal sobre la cual se alza un completo set de cajas, hi-hats, bombos, mecanismos, platillos y elementos electrónicos que bautizó con el nombre de Time Machine en homenaje a la película de ciencia ficción de los años 60 protagonizada por Rod Taylor. Algunos de los elementos, como los pedales y parales, están bañados en oro de 24 kilates y el aspecto general del instrumento resulta simplemente impresionante. La parte frontal muestra una batería acústica mientras que la trasera alberga un equipo de percusión electrónica, conformando un conjunto rítmico de 360 grados capaz de girar en función de las necesidades interpretativas de cada tema.

Por último, pero no por ello menos importante, hablaremos del instrumento favorito de Liberace, uno de los músicos más extravagantes y excesivos de la historia. Su piano de cola fetiche, el mítico Baldwin SD-10 de nueve pies, cubierto por cerca de 90.000 cristales de Svarowski y valorado en más de medio millón de dólares, brilló en numerosas veladas de la época dorada de Las Vegas. Aquél instrumento, empleado en la película ‘Behind The Candelabra’ que cuenta la historia del artista, reflejaba la personalidad de un Liberace enamorado de los chapines, las camisas con chorreras y los abrigos de piel. Un personaje insólito que poseía una mansión con piscina en forma de piano. Milagrosamente, en 2015 el piano sobrevivió a un accidente ocurrido en la tienda de Rockland, Massachussets, en la que se exhibía. El techo se vino abajo pero el instrumento no sufrió ni un solo rasguño.


Imágenes | Unsplash | Pexels

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