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Una oda a la cocina Una oda a la cocina

Gastronomía

Una oda a la cocina

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por Eva Gracia

La cocina es tierra de sensaciones, país de sentimientos. Nadie concibe el diseño de su hogar sin concederle un espacio privilegiado: al fin y al cabo, todo lo que pase pasará por ella. Es el lugar donde se forjan algunos de los primeros recuerdos de la infancia: viendo a esas abuelas, madres y padres convirtiendo ingredientes en esmeradas elaboraciones; creando, como por arte de magia, aromas y sabores que permanecen para siempre en nuestro paladar y nuestro corazón.

Es un rincón cargado de romanticismo, de confesiones a medianoche. Un lugar donde se descubren vocaciones, donde la creatividad se abre paso, donde todo el mundo encuentra su lugar. Es ese sitio en el que abrir y saborear con calma una Alhambra Reserva 1925, sentir sus burbujas y su delicada elaboración, que nos cuenta una historia de origen y tradición. Como la de nuestra cocina. Como la de la cocina en sí misma.

Es, también, pura emoción, pura conexión con la naturaleza (tras ella se esconde la primitiva necesidad de alimentarse). Es una ventana al mundo a través de los sabores: podemos viajar a Tailandia, a Japón, a Estados Unidos o a nuestro pueblo y nuestros recuerdos sin recorrer más de unos metros cuadrados.

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Es un laboratorio científico, pero también un taller artesanal: en cualquier caso, la atención al detalle manda. En ella hay que ser meticuloso, delicado y dedicado, paciente, observador, entregado y reactivo. Hay que prestar atención a todos los matices, entenderlos, hacerlos nuestros, disfrutarlos.

La cocina, en definitiva, es un espacio seguro al que siempre podemos volver.

Y, ¿ahora? Ahora más que nunca.

Donde brota la inspiración

Como espacio físico, la cocina es muchos destinos en uno solo. Es el lugar donde reencontrarse con uno mismo, pero también donde soñar o donde inspirarse. Este rincón, en su más variado abanico de posibilidades, ha sido siempre una fuente de inspiración para artistas, escritores, cineastas, fotógrafos y creadores de todo tipo.

Velázquez, en sus escenas más costumbristas, se adentró en la cocina de la España de su época, del mismo modo que el icónico Edward Hopper pinceló cocinas contemporáneas impregnándoles su característico halo. Además, los bodegones y naturalezas muertas, un género artístico en sí mismo, suelen tener una cocina como contexto o elementos de esta estancia como protagonistas.

De esos bodegones clásicos beben muchos de los fotógrafos culinarios que, hoy, elevan la cocina (como concepto o como espacio) a objeto de deseo. Es el caso de Carolina Ferrer, maestra en el arte de poner la mesa y retratarla: cuando nos adentramos con ella en su cocina, nos habló de la importancia de llenar una mesa de vida. Y las cocinas, sin duda, son fuentes de vida, energía e incluso alquimia.

Como artesana de la imagen que es, Carolina nos relató la necesidad de cuidar cada detalle, de llenarlo de intención. Es una filosofía que bebe de las mismas esencias que Cervezas Alhambra, pues la casa granadina encierra en sí misma todo un universo en el que los sentidos protagonizan la creación, en el que nacen elaboraciones en las que se sienta y deguste la pasión por la tradición cervecera de la que provienen.

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Tierra de exploración

La cocina es, por qué no, un rincón donde sentirse libre. Donde experimentar sin miedo. Y los artistas también hicieron de esto su mantra. Sandro Botticelli, hombre del Renacimiento donde los haya, convirtió los ñoquis con queso azul su receta estrella: en aquella época se llamaban zanzarelli, y el exquisito pintor relató en las cartas que escribía a su hermano Giovanni su detallada elaboración.

En el caso de Degas, la cocina fue el pasaporte para poder realizar una de sus brillantes esculturas. Para esculpir su obra titulada ‘La pequeña bailarina de catorce años’, Degas se ayudaba de una modelo, incapaz de mantener su postura durante un buen rato a causa de su inquietud. El artista prometió invitarla a merendar si se quedaba quieta. Y así lo hizo, le preparó una receta familiar, un pastel de fresas invertido (como la tarta Tatin de manzana, pero con estas frutas rojas).

Los escritores, por su parte, también han hecho de la cocina un terreno abonado para sus historias. Buen ejemplo es el libro ‘Como agua para chocolate’, en el que la escritora Laura Esquivel redacta cada capítulo a modo de receta y, a través de ellas, conecta a los personajes.

El mismísimo Francis Scott Fitzgerald explicó de forma brillante cómo reaprovechar las sobras del pavo de Acción de Gracias. Lo hizo en ‘The Crack-Up’, un libro de ensayos, cartas y apuntes que Edmund Wilson, amigo del escritor, se encargó de compilar y publicar cuando este murió. Hasta el gran icono literario del Nueva York de los años 20, capaz de condensar en sus novelas la esencia de la edad del jazz y el swing, entraba en la cocina.

Cocinas de cine y de serie

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La relación de la gastronomía con el mundo audiovisual merecería un capítulo aparte. Pero, si bajamos un escalón, podemos observar en su esplendor la estrecha relación de las series y películas con este rincón del hogar.

Bien lo saben los directores de arte y decoradores: las cocinas generan ambiente de familiaridad, trasladan al espectador al corazón de la historia, lo identifican con ella. Y muchas de esas cinematográficas cocinas permanecen en nuestra memoria como auténticos iconos de la pequeña y gran pantalla.

¿Cómo olvidar aquella tan diminuta de ‘El apartamento’, la entrañable película de Billy Wilder en la que su protagonista, Bud Baxter, cuela los espaguetis en una raqueta? ¿O cómo no soñar con trasladarse a la encantadora villa de ‘Call Me By Your Name’, en la que los fogones derrochan encanto y espíritu vintage?

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Las cocinas nos ayudan a comprender la época en la que se desarrolla una historia o el ambiente social en el que se mueven los personajes. La de la fabulosa serie ‘The Marvelous Mrs. Maisel’ nos habla de una familia acomodada en el Upper East Side del Nueva York de los años 50. La de ‘Julie & Julia’, con Meryl Streep como protagonista y centrada en la gastronomía francesa, nos sitúa en el París de los años 40 y 50. En la trilogía de ‘El Padrino’ abundan las escenas en la cocina o alrededor de la mesa, haciendo hincapié en la estrecha relación de la cultura italiana con la gastronomía y los fogones.

Y, a veces, la cocina se convierte en un personaje más. Como en ‘El gran hotel Budapest’, la cinta de Wes Anderson cuya pastelería, cuidada hasta el más mínimo detalle, es uno de los elementos más recordados. O en ‘El festín de Babette’, en la que el clímax narrativo llega viendo a la protagonista entre cazuelas, preparando su exhibición culinaria. Incluso el cine de animación se rinde a esta disciplina, con ‘Ratatouille’ como máximo representante.

Cocina con soul

La música, por su parte, también entrelaza y conecta con la cocina como concepto y como lugar (físico y sentimental). ‘Soul Kitchen’, una canción de The Doors, la observa desde el prisma más poético; la copla ‘Cocinero, cocinero’ de Antonio Molina, un referente de la España de mediados del siglo pasado, habla de la cotidianeidad, del puchero de toda la vida que también forma parte del ADN de la vanguardia gastronómica que representa hoy a España.

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La música forma parte del propio acto de cocinar. Es prácticamente un ritual: poner buena música que acompañe el momento —y, valga la redundancia, la playlist de Momentos Alhambra es perfecta para disfrutar cocinando— y comenzar a preparar ese plato con cariño y esmero. Y aderezarlo con una Alhambra Especial fría, recién abierta: ideada para saborear en el día a día, para acompañar momentos rutinarios como el de cocinar y, de algún modo, hacerlos especiales, únicos, disfrutables y disfrutados.

La música acompasa cenas en el hogar y comidas en los restaurantes. El hilo musical define, también, nuestra experiencia junto a ese plato. Es una pieza más del puzzle gastronómico, un elemento esencial para disfrutar con los cinco sentidos, para, como nos invita a hacer Cervezas Alhambra, atrevernos a saborear cada instante, a apreciar todos los matices, a redescubrir aquellos que siempre estuvieron ahí, pero permanecieron desatendidos.

El oficio de cocinar

La cocina, ante todo, es un oficio. Se aprende con la práctica, requiere de entrega, da lugar a la experimentación y a la creatividad, tanto si se practica de forma profesional como por puro placer. A su modo, también es artesanía. Es un trabajo manual con resultados únicos e irrepetibles: cada vez que se prepara un plato, su sabor es ligeramente diferente a la anterior ocasión.

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Como toda disciplina artesana, la cocina habla de quiénes somos. De nuestras raíces, de nuestro origen, de nuestro vínculo con la tierra, de nuestra manera de entender la gastronomía, de nuestros gustos, de nuestro carácter, de nuestras pasiones.

La cocina cuenta mil historias y, como en el cine de Hollywood, siempre ganan las de amor. Amor por la familia, por la tradición, por uno mismo o por el simple hecho de disfrutar, por el hedonismo.

Volver a ella es regresar a un lugar feliz. Es viajar al pasado y también al futuro. Es reencontrarse con una afición, aprender cada día algo nuevo y, de algún modo, seguir creyendo en la magia. ¿Volvemos a la cocina?

Imágenes

iStock.com/apomares, IMDB, iStock/Rowan Jordan, iStock/AsiaVision.