Por Cervezas Alhambra
El trayecto de formas sinuosas que van describiendo los colores que rompen con la monotonía en las creaciones artesanales: figuras geométricas en forma de líneas, círculos, rectángulos, pero también formas orgánicas y procedentes de la naturaleza; insinuar, sugerir, mostrar e indicar el camino. Un arte que se reinterpreta y que traspasa la frontera del binomio espacio-tiempo para trascender la época en la que nació.
Se trata de la técnica del esmaltado, un procedimiento de la artesanía que cuenta con miles de años a sus espaldas y ha viajado en el tiempo para reinventarse en las manos de cada uno de los artesanos que jugueteaba con ella. Desde su origen hasta nuestros días ha sabido renacer bajo el gusto más contemporáneo, sin llegar a ser ave fénix, pues su arte nunca ha caído en el olvido.
Artistas del conocidísimo art nouveau supieron apreciar el esmaltado como arte decorativo y lo aprovecharon al mismo tiempo para formalizar su propia sentencia: al aportar una dimensión artesanal a sus creaciones reivindicaban el trabajo que se realiza con las manos, en contra de los procesos de industrialización que eran dominantes en la época de finales del siglo XIX en Europa.
Quizá nos suenen de épocas anteriores las vasijas de griegos y romanos, quienes las decoraban según los motivos de su propia historia y mitología. Así como se hicieron famosos en la Edad Media los esmaltes de Silos en nuestro país o los de Limoges en la vecina Francia.
La potente unión entre el esmalte y el metal, la cerámica, la porcelana, el vidrio o cualquier otro elemento elegido por el artesano es la base del esmaltado, aunque su aplicación varía en función de la técnica que se emplee en cada caso. El soporte del esmalte es el material seleccionado, que se recubre total o parcialmente por el primero, pero el resultado dependerá de los gustos del artífice, así como del material elegido. El color y la forma son los verdaderos protagonistas del acabado: ellos son los que narran la historia del objeto que ha sido esmaltado.
Para conseguir el esmalte es necesaria la fusión del cristal en polvo junto a un sustrato por medio de un proceso de calentamiento que tiene lugar en el horno a una temperatura de, más o menos, 800º C. El polvo fundido se convierte en una capa sobre los objetos en los que se aplica, a los que aporta dureza, estética, visibilidad y fuerza.
El esmalte a fuego
El vigor de uno de los cuatro elementos más poderosos tiene un papel fundamental en la técnica del esmalte a fuego. Para poder vitrificar el polvo de vidrio el horno debe mantenerse en torno a 800 o 900º C.
Se suele aplicar en piezas de joyería, normalmente de plata, pues aceptan el esmalte en forma de tortas de vidrio, de perlas o de hilos.
El esmalte transparente
Para conseguir un esmalte traslúcido que, a su vez, impregne de sus características al objeto en el que se va a destinar su uso, se precisa de una lámina de cobre de 10 milímetros que haya sido suavizada. Una vez cocido el bizcocho varias veces en un horno a 900º C durante cuatro minutos aproximadamente, se aplica en la superficie mediante un pincel o una pistola, ya que permiten imprimir las formas deseadas de manera más afinada.
La opacidad del esmalte
El horno sigue siendo imprescindible, pero la temperatura de las cocciones se reduce a la mitad en este caso. Permiten realizar un dibujo al trazo por encima de las piezas esmaltadas y, al contrario de lo que ocurre con el esmalte traslúcido, capas de varios colores no implican cambios en el resultado; es decir, si se aplica un color sobre otro, quedará el último que haya sido empleado.
Finos relieves y motivos
La técnica del bajorrelieve se utiliza en piezas de artesanía que ya cuentan con unos relieves y motivos que se cubren con el esmalte en polvo. Cuando el horno ha llevado a cabo su poder fundidor, el esmalte se cuela entre los recovecos del relieve.
Las láminas sirven de paletas con las que imaginar universos con los que impregnar las piezas de cerámica, de gres o mármol más originales de los artesanos. El trazado permite recubrir cada pieza con una hoja de paillon arrugada y perforada para, tras pasar por el horno, conseguir la forma deseada.
El color responde a los polvos que hayan sido utilizados y se mezclan con una espátula especial que permite la combinación de distintos óxidos. El color resultante depende de la temperatura a la que hayan sido sometidos los polvos.
Nuestros antepasados usaban el esmalte para adornar los artículos de menaje del hogar y de la cocina, pero también supieron cómo aplicar el esmalte a las joyas, la cerámica, el vidrio y otros materiales cuyas funciones bailaban entre la decoración y el uso diario. Es la clara fusión de la belleza y la utilidad de un arte milenario que todavía hoy tiene su hueco entre los artesanos más atrevidos que saben unir a la perfección la tradición con la contemporaneidad.